Comentario al Silencio

La falta de silencio en el mundo actual es un hecho. Solemos presentar al tránsito de vehículos como el principal causante, y es verdad. El mundo fabril todo él también está hecho a vase de ruidos ensordecedores. Pero no es todo; no olvidemos el capítulo de la radio y de la verborrea. Nosotros mismos nos ahogamos en ruido. La música banal nos aturde, y sin embargo la mantenemos, porque nos libera esclavizándonos. Nos permite fugarnos de la vida y de nosotros mismos, para hacernos presas de lo vulgar. Lo cierto es que nos vamos acostumbrando a esta “polución de ruido”, y que aveces ya no podemos vivir sin él. Ya esta niebla ruidosa que hemos creado, se suma de nuestras palabras. Se habla tanto de modo insustancial. Los periódicos están llenos de frases huecas que se pronuncien en los múltiples discursos. Como que la frase sencilla y límpida ha perdido su valor. Es necesario ponderar todo, recargar lo de epítetos altisonantes. De modo que cuando queremos afirmarlo grande tenemos que recurrir a lo más simple: así hablamos de la “Noche Buena”. Nos es mucho más de decidora la frase en su simplicidad. Un lenguaje sustantivo, com el de San Juan de la Cruz en sus poemas, nos resulta tan preñado de sentido, que es preciso meditar para lograr captarlo. De ahí que sea preciso hacer esta llamada al silencio. ¿Quién ha podido crear algo valioso, en el orden de lo intelectual o en el artístico, sin penetrar en el mondo del silencio? Y aun en el mundo afectivo ganaría, si habláramos menos y viviéramos más. Como dice un autor, hay que defender el silencio, que está amenazado. Y nosotros con él. Alguien habló del “Oasis del Silencio”. Es verdad, nosotros no necesitamos tanto así verdes, cuanto haces de desierto. Tener […]

La falta de silencio en el mundo actual es un hecho. Solemos presentar al tránsito de vehículos como el principal causante, y es verdad. El mundo fabril todo él también está hecho a vase de ruidos ensordecedores.

Pero no es todo; no olvidemos el capítulo de la radio y de la verborrea. Nosotros mismos nos ahogamos en ruido. La música banal nos aturde, y sin embargo la mantenemos, porque nos libera esclavizándonos. Nos permite fugarnos de la vida y de nosotros mismos, para hacernos presas de lo vulgar.

Lo cierto es que nos vamos acostumbrando a esta “polución de ruido”, y que aveces ya no podemos vivir sin él.

Ya esta niebla ruidosa que hemos creado, se suma de nuestras palabras. Se habla tanto de modo insustancial. Los periódicos están llenos de frases huecas que se pronuncien en los múltiples discursos. Como que la frase sencilla y límpida ha perdido su valor. Es necesario ponderar todo, recargar lo de epítetos altisonantes. De modo que cuando queremos afirmarlo grande tenemos que recurrir a lo más simple: así hablamos de la “Noche Buena”. Nos es mucho más de decidora la frase en su simplicidad. Un lenguaje sustantivo, com el de San Juan de la Cruz en sus poemas, nos resulta tan preñado de sentido, que es preciso meditar para lograr captarlo.

De ahí que sea preciso hacer esta llamada al silencio. ¿Quién ha podido crear algo valioso, en el orden de lo intelectual o en el artístico, sin penetrar en el mondo del silencio? Y aun en el mundo afectivo ganaría, si habláramos menos y viviéramos más.

Como dice un autor, hay que defender el silencio, que está amenazado. Y nosotros con él. Alguien habló del “Oasis del Silencio”. Es verdad, nosotros no necesitamos tanto así verdes, cuanto haces de desierto. Tener unas horas «liberadas», unos sitios tranquilos en que podamos recogernos, con todo el alcance de esta palabra ascética, recogerse, que es volverse sobre uno mismo, recoger la vida sobre ella misa, y recoger también un manojo de grano sabroso para sustentar la vida y poderla entregar.

Este es otro aspecto del silencio: necesitamos cargarnos de vida. Como unos acumuladores vivientes, no podemos dar y dar. Nos vaciamos al poco rato (“repetimos el disco”, como dice la frase vulgar) y empobrecemos nuestro don. Más valdría reflexionar a ratos, o hacer el vacío interior para llegar a unas hondas vivencias, que no el hablar sin medida con el pretexto de hacer el bien. No es egoísmo enriquecerse para entregarse.

Otro recurso que está muy lejano de nuestro vive en el “negro del asfalto y el verde municipal”, como describió un escritor el mundo urbano, sería el contacto con la naturaleza. Ella no entrega su don sino al que se acerca con suavidad. Poder observarla pasivamente, escuchar su mensaje, sentir la suavidad de la hierba mojada o de las hojas doradas que ruedan con el viento, o captar el canto cifrado en sencillez, por un pequeño arroyo. Desgraciadamente para muchos el campo está lejano, o se lo cruza en la ordinariez de un automóvil o un bus, mientras la radio del conductor, con frecuencia, nos aturde con anuncios y música barata. Pero para el que busca, el campo, sobre todo entre nosotros, no está lejano. A veces un paisaje áspero y rocoso nos entregará más que lo florido, si bien todo tiene su encanto.

Creo que podemos también recurrir a la lectura: el libro nos habla en silencio. Un libro amigo, un libro que nos acompañe, que pueda leerse y releerse muchas veces. Dispuesto a dialogar sin nuestra cultura se lee más que ante, o quizá mejor, se ve el papel más que antes, pues en él se busca la noticia rápida o la imagen. Hay revistas para leerse, hay revistas para verse. Todas tienen su mérito pero en nosotros está el no esclavizase. Las grandes obras para muchos de nosotros se ha reducido a un título, que nos interesa poder citar en una conversación vanidosa. Hemos “leído” muchos libros, a dar fe a nuestras afirmaciones; pero si ellos hablaran… La herencia más preciosa del pasado está quieta en la bibliotecas. Alguien reía que ya no le interesaban los libros, sino lo lomos d ellos libros en donde cabalgan título y autor, sin entregarnos su tesoro. Aunque para algunos, lo interesante es la encuadernación, el dorado y el lujo de la edición.

Quisiera referirme a otra fuente de silencio, aunque parezca paradójico, que es la conversación. Si en lugar de hacerla banal, de simple relato de noticias (cuando no contamos frase por frase), de pequeño y exclusivo desahogo de cosas fútiles, tratáramos de escuchar, de acariciar el pensamiento, el dolor, y el amor de la otra persona, al final de las tertulias nos sentiríamos mejor, En ocasiones alambicamos ideas para pasar por inteligentes, con lo cual quedamos bastante vacíos de un tesoro que hubiéramos podido recibir.

Para muchos de nosotros queda lo más rico aún del silencio: la meditación. El hombre religioso encuentra en la oración un diálogo reconfortante; de ahí que, como lo confiesa Alexis Carrel, no haya más certera cura del espíritu que la oración, porque entonces llegamos a la verdad del ser, y toda auténtica unidad de la persona tiene que hacerse verdad, de verdad óptica lo primero, y de verdad verbal como consecuencia.

Pero aún para el hombre sin fe, el recurso a la meditación puede ser un fuente de hondura y quizá también un camino para descubrir una realidad que él no sospecha. Hay que caminar paso a paso. Lo único en que yo insistiría es en que no se tomen estas cosas serias, como a meditación del Zen o la meditación trascendental, como un pasatiempo más, como una fuga sutil, como un pequeño ruido que ensordezca nuestro yo cansado o atormentado.

En las meditaciones que anteceden se ha hecho una síntesis de todo el proceso interior místico, si cabe la palabra. Y puede aplicarse al proceso del Zen. El primer encuentro es doloroso (naraka-zen, Zen infierno), no sólo por la postura que debe hacerse familiar con la práctica, sino por el despertarse e nuestro mundo interior aún no purificado. Y creo que es preciso pasar por esta prueba. Se la ha presentado en forma simbólica -cuando nuestra lengua no alcanza a expresarse, recurrimos al múltiple y cambiante medio del símbolo-, quizá un poco fuerte, como un reflejo personalísimo de mi vivencia interior. Pero ese mismo dolor es purificatorio, y va surgiendo del interior una calma sencilla, conquistadora, unificadora.

Después de leídas estas páginas, podremos volver sobre algunas de las meditaciones, por encerrar algo del secreto que sólo la práctica seria del Zen puede entregarnos.

Quisiera hacer dos aclaraciones finales. No pretendo atacar lo grupos, dinámicas y demás reuniones. Somos sociales, y hay vivencias que no brotan sino de la participación con otros. Ni tampoco propongo un mutismo, de modo que el mundo venga a convertirse en un congreso de sordo-mudos. Simplemente afirmo que nos encontraremos mejor con los otros, si también nos encontramos con nosotros mismos. Y que hablaremos más y mejor, si descubrimos el valor de la palabra en el regazo del silencio.

Esta lectura fue tomada de el libro «El Sendero del Zen» escrito por Marco Vinicio Rueda.

David Hinojosa
David Hinojosa

Después de pasar por varias escuelas esotéricas y religiones encontró que la mejor práctica espiritual es simplemente entrar en silencio. De manera original y sin dogmas, su enseñanza se basa en desvanecer todas las estructuras mentales que no nos dejan Ver nuestra realidad única. Su objetivo hoy en día es compartir, por medio de talleres y conferencias, el arte de la meditación en silencio.

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